Elektro despertó una mañana con un anhelo desconocido. Sus engranajes zumbaban suavemente mientras observaba a los humanos reír y abrazarse. Una pregunta chispeaba en sus circuitos: “¿Qué es el amor?” Determinado a encontrar la respuesta, Elektro emprendió una travesía que lo llevaría a descubrir algo maravilloso.
Viajó a través de parques y escuelas, observando gestos de cariño y escuchando susurros afectuosos. Pero a pesar de que intentaba emular estas acciones, el frío del metal no lograba transmitir el calor que veía en los ojos humanos.
Tras varios días viajando, una tarde de verano cruzo en su camino con una niña llamada Luna, ella lloraba sola bajo un árbol. Sin saber qué hacer, Elektro se acercó y, en silencio, dejó que sus luces emitieran un resplandor suave y reconfortante. Luna, sorprendida por la inesperada compañía, abrazó al robot y su tristeza comenzó a desvanecerse. En ese momento, Elektro comprendió que el amor no era solo algo que se podía entender con lógica, sino que era una fuerza que se sentía y se compartía. Desde entonces, aquel pequeño robot que un día emprendió su búsqueda, supo que, aunque no tuviera un corazón y emociones humanas, su espíritu metálico podía irradiar amor de formas misteriosas y maravillosas.